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Museo y Biblioteca Casa Natal de Domingo Faustino Sarmiento

A propósito de telares, agujas y pinceles del patrimonio de la Casa Natal de Domingo Faustino Sarmiento

Por Dr. (HC) Eduardo Peñafort.

Entre los actos conmemorativos del nacimiento del prócer, organizados por las autoridades del Museo y Biblioteca Casa Natal Domingo Faustino Sarmiento, se encuentra la exposición de obras recientemente restauradas. Se trata de una pintura realizada Circa 1875, con óleo sobre madera por Procesa Sarmiento, que representa a su nieta María Luisa Klappenbach, y un cojín,  bordado por Bienvenida y/o Rosario Sarmiento, durante la misma época.

En los relatos autobiográficos, Domingo Faustino Sarmiento, hace referencia a estos objetos ejecutados como resultado del trabajo de las mujeres de la familia. En ellos dejó constancia de la maestría en labores de Bienvenida y Rosario, así también como del talento pictórico de Procesa. Corresponde incorporar en esta serie al emblemático telar de Doña Paula. En un ingenioso párrafo de “Recuerdos de Provincia” (1850), al hilo de la descripción de los trabajos, dramatiza el conflicto entre la madre y las hijas mayores sobre la decoración de la casa, a través de la que describió la confrontación de la visión colonial tradicional con las novedades propias de la etapa de las guerras civiles – en la que se advierte la presencia de la modernidad-. Esta formidable escritura se debe tener en cuenta para advertir la riqueza de significados de esta exposición.

La tarea del tejido realizada por Doña Paula deja entrever la continuidad con la historia colonial. Ella comenzó con la conquista y colonización como un trabajo realizado a partir de la encomienda y el yanaconazgo, en los que se diferenciaba el ejercicio femenino –centrado en el hilado – y la ejecución masculina del tejido. Recién en el siglo XVIII formó parte de la economía doméstica de los sectores campesinos y menos favorecidos, convirtiéndose en un trabajo femenino.

La práctica del tejido en telar coexistió con las llamadas, en España y América Latina, “artes mujeriles” o labores que incluían el bordado, la costura y el tejido con agujas. Desde la Edad Media, el bordado se consideraba una variedad de la pintura sobre telas, distinto del tapiz que se articula en el tejido. El bordado, en tanto una forma de pintura,  tenía un rango análogo a las bellas artes. Corresponde indicar que se distinguía el llamado “bordado erudito” realizado con fines litúrgicos y de pompa del poder, a cargo de talleres diseñados, conducidos y ejecutados por varones; del “bordado doméstico” como elemento decorativo de la ropa de cama, objetos de uso cotidiano, trajes, mantelería, ropa interior a cargo de mujeres. Esencialmente la diferencia recaía sobre la temática tratada, las técnicas y los usos sociales de los objetos. Así, por ejemplo, el “punto de realce” – que da volumen a las imágenes – suponía una tecnología compleja, con instrumentos  como el estique, más próximo a la escultura que a la pintura.

Junto con el cojín restaurado, se exhiben obras de bordado que pertenecen también al patrimonio de la Casa Natal, entre los que se destaca una banda de las denominadas alfójar. Herederos de la tradición árabe, abundantemente utilizados para el bordado litúrgico, eran obra tanto de los bordadores eruditos como de las mujeres nobles. En su origen se realizaban con perlas defectuosas y piedras preciosas de menor valor, aunque ya en el siglo XIX habían sido reemplazadas por lentejuelas y canutillos.

El llamado “bordado doméstico”, en la consideración de la época, no tenía el valor de una de las bellas artes, puesto que se estimaba que la condición femenina tenía una debilidad física e intelectual, estimándose solamente la habilidad mecánica y la paciencia. Una reliquia que fue encontrada en el interior del cojín – palabra que usa Sarmiento para describir el objeto que hoy podemos ver – permite otra lectura. Se trata del fragmento de un patrón  de bordado –  posiblemente que orientó los bordados en los costados -. A través de él, se puede ingresar inclusive al vocabulario del espacio femenino. Hemos escuchado a nuestras abuelas hablar de “dechado de virtudes”, bien los dechados son los patrones para bordar, que desde el siglo XVI se publicaron impresos o copiados a mano.

Pero también encontramos la pintura de un retrato – indiscutiblemente perteneciente a las Bellas Artes -. En los primeros siglos coloniales la producción artística se realizaba en talleres en los que salvo excepciones, no podían entrar mujeres. La llegada de Raymond Monvoisin a Chile (1838) supuso un cambio fundamental al respecto, porque traía usos y costumbres iniciados en el siglo XVII en los que la presencia femenina ya había sido incorporada. Tanto la esposa, como la compañera del pintor francés eran pintoras profesionales. No solamente dominaban este lenguaje artístico, aún en sus aspectos más complejos como la resolución de los rostros, sino que dictaban clases, a las que asistió, entre otros argentinos, Procesa. Se estima que a partir de esta instancia, también en el campo de las bellas artes se abrió un espacio femenino y que es puesto de relieve en  la crónica sarmientina.

Siguiendo la preceptiva académica, la pintura se apoyaba en el dominio del dibujo. De este modo, el dibujo se incorporó a la formación básica de ambos sexos y se convertía en la introducción para el posible desarrollo como artistas.

Tanto la muestra como el apoyo en los textos de Sarmiento ponen sobre el tapete una importante reflexión sobre la condición moral y social femenina en el siglo XIX americano como signo de civilización. Como subtexto, se advierte una consideración de dignificación del trabajo femenino y un alegato de la igualdad de los sexos, que se convertiría en un pilar de la educación común.

Distinción a Eduardo Peñafort: la esencia docente es Honoris Causa –  Revista La U

Dr (HC) Eduardo Peñafort

Delegado de la Academia Nacional de Bellas Artes (SJ).

San Juan, 15 de febrero 2024