No se hace leer a nadie por amor a la patria u honor del país. Leemos por curiosidad, por estaral corriente de las ideas, por no quedarnos atrás. Es preciso, pues, que el libro que se lee sea necesario, buscado, impuesto, digámoslo así, por la opinión de los demás, por la fama de su autor, por la novedad de su asunto; y cada día, cada semana, cada mes, debe traer su contingente de lecturas nuevas, para alimentar la curiosidad o el hábito de alimentar el espíritu, como en condiciones menos cultas, cuidamos del cuerpo.
Desde aquella época me lancé en la lectura de cuanto libro pudo caer en mis manos, sin orden, sin otro guía que el acaso que me los presentaba, o las noticias que adquiría de su existencia en las escasas bibliotecas de San Juan… De mi consagración a aquella tarea, puedo dar idea por señales materiales.
Tenía mis libros sobre la mesa del comedor, apartaba los para que sirvieran el almuerzo, después para la comida, a la noche para la cena; la vela se extinguía a las dos de la mañana, y cuando la lectura me apasionaba, me pasaba tres días sentado…
O.C. Tomo III. Pág. 162