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Museo y Biblioteca Casa Natal de Domingo Faustino Sarmiento

Doña Paula Albarracín, su vida y sus tramas

Narración histórica sobre la vida de doña Paula desarrollado por la Lic. Elina Castro en marco de la apertura del Patio de doña Paula.

Oriunda de los valles por donde brama el viento zonda, paisaje de escarchas y aguas congeladas. Justo allí, en los comienzos de los crudos inviernos con vientos secos y helados de la cordillera de los Andes…

Así, un 27 de junio del año 1774, cobijada por cálidos brazos y lienzos maternales, nació una bebita que por la unción bautismal en la Iglesia Matriz de la Ciudad de San Juan quedó asentada bajo el nombre de Paula Zoila Albarracín, hoy conocida como Doña Paula.

Sus padres descendientes de criollos y españoles fueron Juana Irrazábal[1] y Cornelio Albarracín, un matrimonio semejante a las tantas familias que se asentaron durante la gobernación de la Capitanía General de Chile.

Su familia convivió en una tierra de extensas sequías y pedregales, con ríos tempestuosos causados por los deshielos del verano. En esta provincia, conocida como San Juan de la Frontera, tierra de Huarpes, que demandó un rudo trabajo por parte de sus habitantes para subsistir.

Es sabido que tanto españoles como criollos, naturales, esclavos, mulatos, zambos, sirvientes y soldados, en sus mejores o peores ranchos, todos ellos vieron transitar los pormenores políticos del cambio en las Leyes de Indias y la constitución del nuevo Virreinato de las Provincias del Río de La Plata.

En ese entonces, más allá de que las noticias se tomaban su tiempo en llegar, la cotidianeidad del pueblo muchas veces fue alterada y dejaría en claro que una guerra se aproximaba a la vida tranquila de aquellos sanjuaninos; vida que continuaría a pesar de los ejércitos, los sables, las balas y el estruendo del clarín de guerra.

De la infancia de Paula poco y nada se sabe más allá de su niñez en la localidad de la Bebida, situada a la mitad de camino entre el pueblo de San Juan y los Baños de Zonda. Esto nos invita a pensar una crianza tal como se entendía en aquella época: de costumbres serias, profundamente consolidadas por la fe católica, en el seno de una familia numerosa[2]. Mientras las velas artesanales se consumían noche a noche, en el hogar, entre rezos, santos, mitos, templos, el cosmos y la política, no se adivinaba el destino de la niña Paula.

Seguramente, su infancia fue breve, porque a los niños en aquel entonces se los consideraba pequeños adultos que iniciaban sus largos días con los primeros destellos del sol, entonados por cantos de gallos dando comienzo a las tareas para Paula y sus hermanos. Infancia entre dunas, médanos y jarillales, con leche con sabor a pasto fresco, con semitas, pucheros y locros saciadores, vestidos largos, ponchos, alpargatas o algún zapato viejo, o simplemente con el pie en el suelo.

De Doña Paula sólo conocemos la fisonomía de su rostro a edad madura y avanzada, a través de los retratos que pintaron para la posteridad su hija Procesa Sarmiento y su bisnieta Eugenia Belín Sarmiento[3]. También hemos visto su semblante en ese daguerrotipo que hasta hace pocos años, apareció aún sin nombre en las páginas del Archivo General de la Nación, donde posa junto a su hija Bienvenida[4] (1854).


Mujer de rostro apaciguado con pelo recogido, de hombros cubiertos por un manto negro en resonancia con su eterno luto. Mujer de ojos claros y ensombrecidos, de párpados gastados, frutos del trajín de su vida y del fuerte sol sanjuanino que, a la vez, vislumbran la añoranza de una mujer… un retrato que también muestra a nuestras abuelas.

Las propiedades de la familia de Doña Paula se fueron escurriendo en su juventud con el devenir de la tragedia familiar. A la muerte de su madre, Juana Irrazábal, le sucedió la larga enfermedad de Don Cornelio Albarracín, signando así una vida de trabajos forzados y carencias, de lapsos de afectos ocultos o disimulados para evitar cualquier asombro o espanto de la chusma que brotara de aquellas asentadas costumbres, con el propósito de afrontar la realidad que la convocó como mujer soltera.

No se conocen otras historias de su juventud ni mucho menos anécdotas de bailes de salón.

Ante la pérdida de su padre, Paula comenzó a levantar las paredes de esta casa, la que hoy nos alberga, paredes que sostuvieron a su futuro hogar. Muros de barro, techos de palos de rollizos fuertes y caña que dieron forma a la primera habitación, donde el trabajo labriego dejó las marcas de la hazaña y de la supervivencia, incluso en los sabañones y juanetes. Hogar que se levantó en el seno del Carrascal, uno de los barrios sanjuaninos más pobres[5].

Según la reconstrucción de la figura de Doña Paula que hicieron los historiadores, sabemos que parió muchos hijos, entre ocho y quince vástagos.

Nos cuenta su hijo Domingo (que):

A poca distancia de la puerta de entrada elevaba su copa verde y negra la patriarcal higuera que sombreaba aún en mi infancia aquel telar de mi madre, cuyos golpes, i traqueteo de husos, pedales, i lanzadera nos despertaba ántes de salir el sol para anunciarnos que un nuevo día llegaba, i con él la necesidad de hacer por el trabajo frente a sus necesidades. (Sarmiento, 1850, p. 118).

 El telar crujía desde las primeras horas del día hasta entrada la noche dando sus doce varas semanales de anascote que solventarían la construcción de esta casa. Para esto contó con la ayuda de dos esclavos prestados por sus tías maternas (Sarmiento, 1850).

En los albores del nuevo siglo, precisamente en diciembre de 1802, Paula se unió en enlace con el joven arriero Don José Clemente Cecilio Sarmiento y Funes. Así, inició una vida de privaciones donde la Providencia haría realidad los encargos surgidos de la urgencia y la desesperanza, desgranados en cada cuenta del rosario que hacían de sus oraciones ecos de su fe. En esas súplicas, había palabras con poderes mágicos que hacían reverberación en los cuadros de los santos tan viejos y tan grandes de Santo Domingo y San Vicente de Ferrer, heredados de la devoción dominica y puestos en un lugar central de esta casa (Sarmiento, 1850).

A Doña Paula siempre le faltó el dinero, pero el trueque, la venta de sus trabajos artesanales: mantas y telas vinieron a subsanar la cadena de carencias. Tareas en que ayudaron sus comadres Doña Toribia y Ña Cleme.

Paula sostuvo a su familia con la producción de su huerta, hortalizas y aromáticas y con los frutales, que darían las conservas y los frutos secos para los crudos inviernos. Los animales de su granja aportarían el sostén necesario a los caldos calientes, el api y el locro que sazonaban el paladar y calmaban el hambre de sus hijos. Los tecitos de chachacoma le aliviarían la tos en pleno frío, tanto como la menta que haría su magia.

De Sarmiento he tomado parte de sus enardecidas letras: “La madre es para el hombre la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que adhiere el corazón, como las raíces al suelo” (Sarmiento, 1850, p. 106), dejando así en claro el amor familiar y la presencia señera que su madre imprimió en su vida.

La tos convulsa, la difteria, el sarampión y la viruela coartaron la vida de su descendencia y alzaron una vida con largos duelos para Paula y Clemente. De todos sus hijos, sólo cinco llegaron vivos a la edad adulta: Paula, nacida en 1803; Vicenta Bienvenida, nacida al año siguiente; Faustino Valentín nacido en 1811; María del Rosario, en 1812; y Procesa del Carmen, nacida en 1818. Todos criados con esmerada atención según los preceptos de la época.

Según cuenta Sarmiento (1850), a su madre la asistió la Toribia, una zamba criada en la familia, la envidia del barrio, la comadre de todas las comadres, su amiga, la que ayudó a criar los hijos y asistió en todos los quehaceres domésticos. La Toribia murió joven y llena de hijos dejando un gran vacío en el corazón de Doña Paula y de toda la familia…La otra figura femenina fue Ña Cleme, mujer india, anciana renegrida por los años, pobre e indigente, quien fuera asistida por la caridad de Doña Paula al oir su sentencia (p. 120-121).

A pesar de su malograda pobreza, Paula pudo sostener la trama de auxilios femeninos entre trozos de pan, semitas, sobras de caldos, colchas, que ella misma obsequiaba.

Un día llegó el Primer Gobierno Patrio en 1810, dando comienzo al San Juan revolucionario que muy pronto friccionaría con los vestigios coloniales de aquel pueblo manso. Fue un movimiento que conmocionó a todos, ya que la modernidad golpeaba los pórticos de los ranchos y casonas, siendo el prolegómeno de los años venideros con las guerras intestinas en nuestro país…

Esta época encontró a Paula con trajines domésticos y de encargo de su hijo Domingo Faustino. Con los años venideros, el matrimonio pensó a su hijo como un dirigente de la Madre Patria, un niño que aprendió sus primeras letras en su hogar, y luego, en su querida Escuela de la Patria. Escuela tan precaria como lo era San Juan mismo, de muros y bancos empobrecidos, pero que contenían la fe de la ilustración.

En las largas noches frías de invierno, Doña Paula reunía a todos sus hijos alrededor del brasero. Ella misma, con el huso en la mano, resolvía cuestiones gramaticales de difícil resolución; todos juntos en su morada, en ese cuarto grande con estrado y mesones de algarrobo y sillas desiguales (Sarmiento, 1850).

Una vez firmada la Independencia argentina, siendo Sarmiento un pequeño niño, la guerra por la libertad no tardó en llegar y se presentó a través de un escenario de compromisos, pasiones, esfuerzos, gestas y grandes contribuciones vecinales para el éxito de la causa patriótica.

Las mujeres con una economía más sostenida solventaron los impuestos con dinero fuerte; las demás, como Doña Paula, contribuyeron con el tejido de mantas, colchas, preparados, conservas y otros trabajos artesanales para el triunfo de la guerra revolucionaria que vendría con el Cruce de la Cordillera de los Andes.

Paula vio partir a su esposo Don Clemente Sarmiento, hombre arriero, aventurero y de espíritu romántico que en aquellos momentos de gran resonancia política y bajo el mando del Gral. Don José de San Martín e Ignacio de la Roza, prestó servicios al Ejército de los Andes.

La movilización masculina dejó al pueblo raso de hombres. Doña Paula y tantas mujeres una vez más quedaron al sostén de sus hogares y de sus hijos. La cadena de oraciones en auxilio a sus maridos no fue efectiva para todas…

Con el tiempo la agitación sanjuanina comenzaba y Doña Paula esperaba a su última hija. En el día anunciado, ante la Providencia guiada por el santoral, suplicó a San Proceso que intercediera en aquellos grandes malestares y dolores de parturienta que ningún tecito milagroso había podido solucionar, pidiendo fervorosamente tan sólo recibir con vida y salud a su última bebé, Procesa (Maurín de Rufino, 2023).

Lentamente en San Juan la modernidad introducía las fricciones entre unitarios y federales, católicos y liberales. Las luchas por la autonomía provincial marcaron el espíritu de aquel pueblo. El sonido de aquella embestida al trote de caballos, relinchos y ladridos de perros anunciaron el destino funesto para la provincia.

Los hijos de Doña Paula fueron creciendo. Ella vio partir a Domingo Faustino a San Luis, acompañando a su tío desterrado, José de Oro. Aquel niño privilegiado por el arte de dominar el alfabeto y la lectura trazó su destino con la fundación de la primera de tantas escuelas, la de San Francisco del Monte. Es que las letras y la instrucción autodidáctica y romántica envolvían su joven espíritu.

Un año después, a su regreso, Sarmiento convertido en un joven de 16 años, Paula lo verá en las contiendas de guerra y también puesto preso por su desobediencia, quien empuñó el sable de su padre abandonado el despacho de la tienda de su tía Ángela Salcedo.

 “Los Sarmiento, los Albarracín, don José de Oro, su mentor, eran federales, Domingo también, pero la entrada en San Juan de las tropas de Facundo en desafiante horda de facinerosos, el atropello, la mugre, lo irracional del terror lo impresionaron de tal modo que ese día eligió luchar contra lo que significa el caudillismo… se alistó en las tropas que se habían sublevado contra Facundo Quiroga en las Quijadas…y participó en el combate de Niquivil. Posteriormente, en la batalla de Pilar…(Maurín de Rufino, 2023, p. 36)

 

Dirá Sarmiento “Mi padre, que me “seguía como ángel tutelar, se me aparecía en los momentos de embriaguez, a sacarme de atolladeros que sin su previsión habrían podido serme fatales” (Sarmiento, tomo III, p. 180) (Campobassi, 1975, p. 95).

De donde se sigue, su hijo Domingo Faustino narró que en el enfrentamiento de Pilar, en medio del fuego cruzado y traicionero bajo las tropas de Aldao, se cruzó con el ilustre Laprida quien prontamente encontró la muerte en manos de la montonera (Campobassi, 1975, pp. 89-90).

Estos años fueron de grandes luchas internas en el país. ¿Unitarios?, ¿Federales?... ojo por ojo, diente por diente, en aquellos arrebatos de “justicia propia”.

“Era un siglo rojo. La sangre lo teñía todo. Las luchas fratricidas y feroces desencuentros no tenían final. Los uniformados azules y colorados se encarnizaban por igual… hay que degollar o entregar el cogote para ser degollado” (Olmedo, 2016, p. 76).

Doña Paula agitada por las diligencias y las angustias, con sus largas polleras y alpargatas que arrastraban la crudeza del suelo polvoriento, despidió a su hijo y a su esposo para que salvaran su vida que parten hacia el destierro en Chile.

Domingo Faustino le dijo a Paula:

“Madre: Hay países en el mundo donde reina la fiebre amarilla, el vómito negro y otras enfermedades endémicas que diezman las familias; en el nuestro es el degüello, y es preciso resolverse a desafiarlo o abandonar el país para siempre” (Sarmiento, tomo III, p. 66) (Campobassi, 1975, p. 94).

Al poco tiempo, el destino la encontró a Doña Paula angustiosa ante dos situaciones. Por un lado, debía pagarle al Tigre de Los Llanos la imposición de seis bueyes gordos y vestuarios. Justo ella, tan pobre en su miseria y desamparada y que recibió el auxilio a tiempo de su primo José de Oro.

Igualmente la suerte la halló pávida pero firme otra vez ante Facundo Quiroga, quien a los gritos y a fuerza de insultos le prometía el fusilamiento de su hijo si caía prisionero (Campobassi, 1975, pp. 94-95), como si la vida no la hubiese castigado y arrancado de sus manos sus otros vástagos.

Esta mujer junto a sus hijas, solas, una vez más desgranaban las cuentas del rosario suplicando que se cumpliera el milagro de mantener a su familia con vida.

Silencio tras silencio, Paula se reencontró con su esposo quien nuevamente estaba de regreso en la patria chica, y que llegó sin su hijo Domingo.

Los meses pasaron y al año siguiente en Pocuro en 1832, nació su nieta Ana Faustina quien ante la temprana muerte de su madre fue enviada a tierras sanjuaninas y criada por doña Paula y su familia (Campobassi, 1979). San Juan se encontraba en una aparente pacificación.

Pasaron los años y al término de cuatro años, encontramos a Doña Paula acompañando la prédica de los amigos de su hijo Domingo Faustino. Ellos imploraron el permiso de don Nazario Benavidez para traer a su hijo exiliado. Sarmiento, débil y cansado, enfermo de fiebre tifoidea, atravesó nuevamente la gran cordillera de los Andes.

La vida sanjuanina fue cambiando. La modernidad y la educación llegaron para quedarse. Doña Paula, mujer que no alcanzara a sobreponerse de los muchos andares empezó a caer en otros.

Su hijo Domingo comenzaba a forjar su destino político acompañado por los jóvenes más osados. La romántica sociedad dramática filarmónica daría los destellos también con Rosario y Procesa.

Paula, orgullosa contempló con gran admiración cómo su amiga María del Tránsito de Oro de Rodríguez le tendió una mano a su hijo Domingo Faustino en la fundación del tan amado y anhelado Colegio de Pensionistas de Santa Rosa de América, en el mismo solar de Fray Justo Santa María de Oro, miembro del Congreso de Tucumán y pariente suyo. Lugar que aún guarda su corazón.

Mujeres y niñas por primera vez fueron partícipes de la educación, más allá de los menesteres y demandas domésticas de las que no pudieron apartarse, ya que el trabajo de la mujer aún seguía siendo a destajo.

Las voces del Zonda, un diario controversial con versos y crónicas, denunciatorio de verdades muy caras a las tilinguerías de la provincia, llevaron a Sarmiento a un nuevo destierro.

Golpes duros y secos en la puerta de esta, su casa, anunciaron las consternaciones de sus vecinos por el destino de aquel hijo. Doña Paula estremecida se anotició que su hijo sería asesinado esa noche...

-¡Mueran los salvajes unitarios! Se hoyó decir…-¡el Sarmiento!

Paula corrió agitada junto a sus hijas, desesperadas hasta confirmar que su hijo y hermano no había muerto, y fueron a terminar en la casa de Benavidez reclamando por su vida. Intrigas, desvelos y angustias puestos en la fe de cualquier pobre cristiano, que revolvían el estómago nauseabundo por tanta sangre derramada.

Domingo F. Sarmiento parte a su segundo exilio dirigiéndose a Chile, acompañado por su padre y un vecino, este se despidió de su madre y hermanas. Este acontecimiento quedó inscrito para siempre en Rivadavia con la célebre traducción: “A los hombres se los degüella, a las ideas no”, (Sarmiento, tomo VII, p. 3)  (Campobassi, 1975, p. 135), frase actualmente conocida como “las ideas no se matan”. La vida había transformado a Doña Paula en una mujer fuerte.

En 1842 y ante los atropellos políticos y hechos de violencia en nuestra provincia, Paula, junto a su familia acude al llamado de su hijo en Chile, dando inicio a un difícil viaje a lomo de mula guiada por su anciano esposo, quien, como arriero, conocía los peligros y vericuetos de la cordillera de los Andes (Guerrero, 1960).

Bienvenida, Rosarito, Procesa y Faustina partieron junto a Paula a un nuevo destino, guiados por Don Clemente, quedando su hija mayor, Francisca Paula y su esposo Don Marcos Gómez al cuidado de la casa. Todos se instalaron en San Felipe de Aconcagua (Chile). A pesar de sus años, sesenta y ocho, Doña Paula gozaba de buena salud, a diferencia de su esposo en quien avanzaba su enfermedad. Paula volvió a su antigua labor de tejedora para contribuir con el sostenimiento familiar. Sus hijas abrieron su propio colegio, muy elemental, por cierto.

La travesía de esta mujer duró tres años y en 1845 vuelve nuevamente a suelo sanjuanino, regreso provocado por el rumbo político de su hijo Domingo en sus viajes por América, Europa y África.

¿La república? Aún en rompecabezas…un cuadro pintoresco de las escenas de Pàlliere[6] o sacado de los textos de Echeverría.

Una vez concluida la misión política exterior de su hijo Sarmiento en 1848, Doña Paula ya anciana con setenta y cuatro años de edad emprendió nuevamente la osada travesía para llegar a Chile junto a su joven nieta, Faustina. Ambas motivadas por la felicidad de su hijo y padre, quien había constituido matrimonio y su sueño junto a su hijo Dominguito y su familia.

Los sinsabores para Paula no tardaron en presentarse y, al poco tiempo, ese mismo año en su San Juan natal, muere su esposo Don José Clemente Sarmiento. El luto la volvió a abrazar en un nuevo mar de lágrimas y desazones en Chile (Campobassi, 1975, pp. 275-277).

Pasaron los años y en 1857, Doña Paula con ochenta y tres años de edad, emprende su regreso definitivo a su provincia natal. Ella se empeñó en volver en sus lares, movida por la nostalgia del terruño, el recuerdo de su hogar y de su esposo, la huerta y su telar. Sarmiento la despidió en Aconcagua y el camino sinuoso de la inconmensurable y peligrosa cordillera encontró a esta anciana mujer de temple fuerte, envuelta en su rebozo negro sobre una mula mansa y baqueana acompañada por su hija Rosario (Guerrero, 1960, p. 19).

Cumplida la misión que la época le impuso a Doña Paula, su destino la abrazó y se abalanzó aún más sobre ella. No pudo abrigar a su hijo, ya puesto a la cabeza de la Provincia y luego de la Nación.

La profecía se cumplió. También se cumplió el espanto ante la muerte de Benavídez y luego de Antonino Aberastain, amigo de su hijo. Sangre por todos lados, de aquellos tantos que regaron nuestra tierra, de un bando o del otro, que unieron a las mujeres, amigas o viudas, en un duelo perenne y constante.

Paula, hoy la ausente más presente.

Quisiera imaginar que sus últimos momentos fueron de paz, más allá de los altibajos, insultos y atropellos que tuvo que soportar por la política y la tenacidad e irreverencia de su joven hijo y los enemigos que supo cosechar.

Pienso a Doña Paula orgullosa de sí misma al recordarse dando fuerza a las damas que pintaron y bordaron la enseña patria con su sol incaico que reluce hasta nuestros días, hoy Bandera Ciudadana.

La vislumbro orgullosa al ver a su hijo, obra de los Andes de genio resplandeciente, como entonan sus himnos.

Quisiera pensar que partió en paz, acompañada por aquel cura que le avisó a Sarmiento de su muerte, y que ella acogió con fe la unción que la acercaría a su tan aclamada Providencia.

La imagino abrazada a su madre.

Tal vez en un sueño donde la vinieron a buscar sus padres, sus hijos y su esposo. Imagino que la aguardaba la gloria en la que puso tanta fe…

La encuentro en su propio proyecto, tejiendo su última obra maestra, esa frazada con la leyenda: “Paula Albarracín a su hijo, a la edad de ochenta y cuatro años” (Guerrero, 1960, p. 25)

Doña Paula falleció el 21 de noviembre de 1861 a la edad de 87 años, acompañada por su familia y un sacerdote de San Luis.

A pesar de las convulsiones del país, su hijo Domingo Faustino viajó, pero sin llegar a tiempo para verla.

-“Madre, partiste sin poder despedirme”, dirá Sarmiento atormentado por el dolor.

Quisiera pensar que Paula se encontró tejiendo en su más armoniosa melodía y que su trabajo forzado no produjo dolor sino una esperanza puesta en el futuro.

Quisiera pensarla con sus ojos puestos en nuestros diáfanos cielos sanjuaninos y que pudo rememorar el amor, sus glorias y su inolvidable vida.

En memoria de Doña Paula Albarracín.

Por Elina V. Castro

San Juan, 15 de junio de 2023.

Notas: 

[1] Según los estudios genealógicos el apellido sería Irarrazábal. En las fuentes históricas aparece como Irrazábal.

[2] Doña Paula tuvo once hermanos y hermanas según el relato de Domingo F. Sarmiento.

[3] Este cuadro realizado en 1872, pertenece a la colección de óleos de la Casa Natal de Sarmiento. Otro cuadro que pertenece a este museo histórico es el de Tomas de Villar realizado en el año 1946.

[4] El daguerrotipo apareció el 14 de octubre de 2014 en la publicación oficial de Facebook del AGN como “Documento fotográfico. Álbum Notables. Inventario 439”, dicha publicación recibió comentarios que identificaron a Doña Paula. En el libro de Elena Inés de Rufino (2003), el daguerrotipo ya aparece identificado.

[5] Carrascal significa pedregal, se caracterizó por su pobreza a diferencia de los de zonas aledañas como por ejemplo el barrio Puyuta. Otros barrios del siglo XIX y fundados con anterioridad fueron el “San Clemente”, “La Chacarilla”, “La Chirquilla”, “Pueblo Viejo”, “Santo Domingo”, “San Pantaleón” y “Árbol Verde”.

[6] Pàlliere, Jean Laón, pintor nacido en Río de Janeiro y de familia de artistas franceses. Residió en Buenos Aires- Argentina entre los años 1855 y 1866, fue autor de cuadros que reflejaron el costumbrismo y criollismo del siglo XIX. Sus famosas obras están reunidas en el Álbum Pàlliere. (Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes, Ministerio de Cultura de la Nación).

Referencias

Campobassi, J. S. (1975). Sarmiento y su época. I desde 1811 a 1863. Losada.

Guerrero, C. H. (1960). Mujeres de Sarmiento. Artes gráficas Bartolomé U. Chiesino.

Maurín de Rufino, E. I. (2023). Cartas de tío Domingo. Biografía de Procesa Sarmiento de Lenoir y de Victorina Lanoir de Sarmiento de Navarro. Su época. Dunken.

Olmedo, Á. (2016). Raíces del Cuyum: Mitos y leyendas de San Juan. El autor; Ministerio de Turismo y Cultura de San Juan.

Sarmiento, D. F. (1850). Recuerdos de provincia. Imprenta Julio Belín i compañía.

 

Bibliografía

Guerrero, C. H. (1968). La familia sarmiento. S.n.

Peñaloza de Varese, C. y Arias, H. D. (1966). Historia de San Juan. Spadoni.

Sánchez, M. I. (2011). Los hermanos de doña Paula Albarracín y su condición social. En Publicación Anual Nº 4. Bicentenario del natalicio de Domingo Faustino Sarmiento. Familias de inmigrantes españoles en San Juan, pp. 35-41.

Sánchez, M. I. (s.f.). Los Sarmiento. Genealogías familias sanjuaninas.

Sánchez, P. N. (2011). Familias, mujeres y género y propiedad en San Juan de la Frontera (1800-1850)https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.9774/ev.9774.pdf

Sánchez, P. N. (2016). Los trabajos y los días. Historia de las mujeres una perspectiva de género (San Juan, 1800-1850). Prohistoria.